El DÍA QUE...

20 mar 2010

El día que No cambié el Mundo


Me metí en el baño y cerré de un portazo. Estaba histérico… No hubo un detonante en particular, sólo llegué a la rotunda conclusión de que aquello no podía seguir. Ya no podía fingir, me sentía mal, enfermo, desganado… Entré a uno de los individuales, bajé la tapa y me senté en el inodoro. Respiré hondo. Miré los límites que convertían mi mundo en un dos por dos… Todo tan pulcro, sin lugar para el desastre… Saqué una petaca de licor de la mochila. La bajé de un solo sorbo. Luego saqué un fibrón y me propuse  escribir sin que me importara nada… Pero antes tenía que hacer otra cosa.
Me bajé el cierre del pantalón y sin perder tiempo empecé a masturbarme.
A los pocos segundos apareció ella. No la escuché entrar. Antes de que pudiera hacer otra cosa ya había apartado la puerta de una patada y estaba delante mío, observándome. Tenía el uniforme del colegio: chomba blanca, pollera cuadrille, zapatos, medias hasta casi la rodilla, una mochila pequeña que dejó caer a su lado.
Se acercó y empezó a acariciarse todo el cuerpo, con delicadeza y furia. Se levantó la pollera, me mostró su humedad. Respiraba agitada. Sus ojos destilaban deseo.
Cuando ya no lo soporté estiré una mano para tocarla. Mis dedos encontraron su piel sudorosa y suave pero entonces me golpeó. Con fuerza, en la cara. Me percaté de que tenía una manopla. La miré sin entender, me sonrió…
Me mostró qué tan erectos estaban sus pezones. Volví a acercar una mano y me golpeó nuevamente. Esta vez escupí sangre.
Se aproximó hasta quedar sobre mi, sin que nos rozáramos siquiera. Empecé a masturbarme nuevamente y esta vez me dio un cabezazo. Acto seguido pasó su lengua por mi cara, me rozó el lóbulo de la oreja.
Levanté mis manos, en son de paz, y ella se levantó la remera y el corpiño. Empezó a pasarme sus pechos por el rostro, mientras gemía.
Quise lamerla, pero me sorprendió con una piña en las costillas. Tosí.
Se paró en el borde del inodoro y se giró. Bailó con suavidad  a tres centímetros de mi. Luego me expuso su sexo y sentí cómo se me hacia agua a la boca. Quería hundirme en ella. Volví a agarrar mi pene y ella me pateó.
Bajó con delicadeza y frotó su cuerpo con el mío. Me besó, se entretuvo un rato entre mis piernas. Cuando empecé a moverme casi me vuela un diente. Salpiqué de rojo la pared.
Por último se paró, se metió la mano bajo la ropa interior y empezó a masturbarse, gritando. Yo grité con ella mientras mis manos temblaban a centímetros de su piel. En el segundo final la agarré de las nalgas y la pegué a mi. La sentí acabar contra mi pecho agitado. Yo manché sus muslos. No le importó.
Se separó de mi extasiada y me rompió la nariz. Me reí a carcajadas.
—¿Por qué estabas haciendo eso cuando entré?— me preguntó, acomodándose la ropa.
—Estaba tomando coraje… —dije, levantando la cabeza y tratando de parar la hemorragia con la mano—. Voy a escribir todo este lugar de mierda… Voy a rebelarme.
Rió y me acarició el pelo, con amor.
—¿Y vos? —quise saber—. ¿Por qué acabas de hacer… esto?
—También estaba tomando coraje… —respondió. Tomó su mochila, la abrió y sacó un arma—. Voy a matar al director.
Me guiñó un ojo y se marchó con paso firme.
Revolución.
La revolución… No sorprende que sea una palabra femenina.
Me desmayé y no me desperté hasta que el disparo retumbó en todo el lugar.
Estaba feliz y tenía, nuevamente, una erección.
Volví a guardar el fibrón.



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