Bruja Violencia [IV]

14 jun 2010

Bruja Violencia,
punk rock bizarro

[Acordes desafinados para la Inquisición]
-Parte IV-


TERCERA ESTROFA: “LA DONCELLA DE HIERRO”


Te quiero…
Te odio...
Necesito tu calor…
Flema, “Metamorfosis adolescente”

1

Guardé la remera de Flema, me puse una gorra para ocultar los colores y me obligué a sólo tomar agua. Al menos el alcohol no me tenía esclavizado y me hizo bien saberlo.
No atendí llamados telefónicos, me acosté temprano de lunes a lunes y empecé a comer bien. Cuando mis ganas de inyectarme eran muy fuertes pensaba en aquella noche en la que Gabo había cantado y lograba contenerme… No podía traspasar esa barrera, no podía permitirme ir tan lejos… Había un cartel enorme de NO PASAR y yo no tenía intenciones de desafiar a la autoridad.
De pronto mis nudillos empezaron a cicatrizar y dejé de tener heridas todos los días.
Yo… yo no quería pelear… De pronto sentí todo los golpes que en su momento había dejado pasar con la idea de que no me lastimaban. Los moretones fueron internos y preferí andar solo.
Un día que salí a caminar un rato, de puro aburrido, vi a Lucía en una parada de colectivos con Aro. Tuve ganas de saludarla, de mirar el lunar que tenía en el cuello. Tuve ganas de ir a decirle que Embajada Boliviana era una porquería… Se enojaba mucho cuando alguien se metía con su banda preferida… Tuve ganas de escucharla reír… Pero el hecho de que estuviera Aro a su lado me detuvo… Además yo ya no tenía tachas… Me sentí bastante infeliz.No la saludé.
Si hubiera sabido que…
En fin…
En otras ocasiones me crucé a Gabo y los demás, pero encontré excusa para no quedarme mucho tiempo. No me juzgaron, ni yo a ellos.

2

Samanta y yo compartimos aún más cosas en aquel periodo. Luego de descubrir su odio a las típicas películas animadas le alquilé algunas de mis películas preferidas… En la primera escena de motosierra, de tripas al aire, casi llegué a arrepentirme… Me dije que quizás eso no era para ella, sentí pudor…
-Mejor podríamos cambiarla y ver…
-¡No! –me gritó con una mezcla de asco y fascinación- ¡No cambiés! ¡Porfa!
-Pero si papá o mamá ven que…
-A papá no le importa y mamá debe estar borracha…
Mi tensión desapareció al instante. Estaba más preparada de lo que yo pensaba. Sólo le adelante las escenas de sexo y ella no se quejó.
Así que la inicié en el mundo del cine de terror como agradecimiento por haberme iniciado en las letras. Fue un buen trato. Ambos ganamos.

Ramón se llevaba bien con mi hermana, pero yo lo conocía lo suficiente como para saber que la celaba.
Con ella era torpe, atropellado de mala forma. No llegó a morderla por el sólo hecho de que el único día que lo escuché gruñirle le pegué una piña en el hocico.
Samanta lo trataba bien pero le tenía miedo. Sólo lo acariciaba, de modo inconsciente, cuando yo le leía alguna historia… Entonces ella entraba en trance (en serio, parecía hipnotizada) y estiraba una mano y la pasaba por el pelo del animal. Ramón se quedaba echado y se dormía, satisfecho. En esos momentos hacían las paces.

El accidente ocurrió por culpa, justamente, de los celos de Ramón.
Una mañana Samanta estaba preparando el desayuno para ambos. Estaba calentando agua para hacer té. Nunca le gustó la leche (ni siquiera con chocolate) y a esa edad ya estaba acostumbrada a valerse por si misma.
Yo estaba mirando la tele sin prestarle demasiada atención a un noticiero matutino en el que debatían la moralidad de la pena de muerte. Tenía delante mío un paquete de galletitas medias secas y se me dio por convidarle una a mi hermana.
Me giré justo para ver todo. Samanta sacó la pava del fuego, vio lo que yo le ofrecía y se acercó. Entonces Ramón, a pesar de tener su plato recién cargado con comida, saltó desesperado para arrebatarme la galleta de las manos. Mi hermana se asustó, dio un paso para atrás, se enredó y cayó. La pava chocó el piso y la tapa salió volando.
Una buena cantidad de agua fue a parar a la pierna de Samanta que por suerte sólo en pocas ocasiones (y no era el caso) usaba pollera. De todos modos, se quemó.
-¡Perro cara de pija! –gritó al tiempo que se ponía a llorar.
Yo creo que fue un buen momento para usar los insultos que yo le había recomendado.

3

No tarde ni tres segundos en arrodillarme a su lado. Sin saber muy bien qué hacer, desorientado, asustado, llamé un remis y la llevé a un hospital.
Fui bastante eficiente teniendo en cuenta que sentía tantas ganas de gritar y llorar como mi hermana.
Cuando salimos Ramón nos observó desde abajo de la mesa, temblando.

La mayoría de los hospitales públicos son feos, eso ya lo sabrán. El hospital del barrio, el Margaret Jones no era la excepción.
Entramos por la puerta en la que se leía GUARDIA. Sabrán también que la GUARDIA de los hospitales públicos de las zonas de clase media baja son peor que feas. Ahí uno puede encontrase con cualquier cosa.
Nosotros nos topamos con un tipo que gritaba en el piso y que tenía la camisa bañada de sangre, con un abuelo que se había dado una sobredosis de pastillas, con un borracho que tenía los pantalones bajos y hablaba de gusanos y con una mujer que tenía un ojo morado y que se sujetaba la muñeca derecha, que estaba girada de modo extraño, con un gesto de dolor insoportable.
Yo observé a todos, tenía a mi hermana en brazos.
-Me duele menos… Me duele menos… -me repetía una y otra vez, para mantenerme tranquilo pero yo sentía sus lágrimas calientes mojándome el pecho.
Sabía que algunos de los allí presentes estaban en una situación mas urgente que la mía. Pero me importó un carajo.
No intercambié palabras con nadie. La recepcionista estaba ocupada llamando a los de seguridad para que controlaran al borracho.
Empujé un par de puertas, dejé la sala de espera y empecé a buscar un médico.

Estaba caminando con pasos rápidos por un pasillo angosto, blanco (manchado), con olor a desinfectante cuando se abrió una puerta y apareció una mujer rubia, de unos cuarenta años. La reconocí al instante: la enfermera que había aparecido en la tele…
Me vio y, sin sorpresa en el rostro ni en la voz, preguntó:
-¿Qué le paso?
Le expliqué, un poco de mala forma, temiendo que me mandara a esperar. Sin embargo su reacción fue diferente.
-Pasá… No soy doctora, soy enfermera… Pero ésto no parece grave…

El agua no había llegado a hervir y el jean absorvió buena cantidad del líquido. Así y todo una porción de la piel de la pantorrilla estaba colorada. Muy colorada.
La Enfermera se arrodilló junto a Samanta e intercambiaron palabras que no llegué a escuchar. Sólo vi que mi hermana sonreía y eso me ayudo a respirar aliviado. La mujer le colocó una pomada.
-Va a tener que colocarse ésto con regularidad… Va a arder… Pero no va a tardar en curar…
-Perfecto…
-Salgan por la puerta trasera… Así nadie ve que entraron sin permiso…
Samanta se ruborizó.
-Perdón…
Me molestó que ella tuviera que disculparse.
-Estaba preocupado por ella… -solté, seco- Y es una vergüenza que…
La mujer me miró, fijo a los ojos. Las palabras se ahogaron.
-No deberías…
-¿Puede verlo a él? –interrumpió mi hermana
La mujer y yo la miramos, intrigados.
-¿Qué pasa con tu hermano?
-Tiene muchas lastimaduras… en las manos, en los brazos… Y la cicatriz del labio está horrible…
Iba a decirle que se callara, pero entonces me llevé la mano al labio. Recordé el golpe que papá me había dado.
-Claro que puedo verlo…
-Yo no necesito que…
-Por favor…
-Samanta…
-Yo también estoy preocupada…
Sentí algo muy cálido en mi pecho… Supongo que es lo que muchos sienten por sus madres.

La Enfermera (cuyo uniforme no especificaba ningún nombre) le pidió a Samanta que esperara afuera y cuando ella salió volvió a mirarme con dureza.
Tuve que esquivarle la mirada y me centré en un colgante que tenía del cuello. Una medalla espantosa.
“Esta mujer atendió al facho que matamos…”
-Vi las heridas en tus brazos ni bien entraste… Tu hermana no sabe de que son pero yo sí…
Me enojé conmigo mismo por sentirme tan intimidado.
-Ya lo dejé, además…
-Ya sé… -me cortó. Agregó sarcástica- Me imagino… Pudrite por dentro si querés… Pero al menos mentile a tu hermana y no dejés que tu exterior también se pudra…
-Pero de verdad…
Y no supe como seguir. Resignado, me callé.
Me miró las manos, luego la cara, muy de cerca. Me dijo que, efectivamente, la cicatriz del labio estaba horrible.
Me anotó el nombre de una crema en un papel y me lo dio. Luego escribió algo en otro papel y también me lo entregó.
-Andate… Y si precisas ayuda espero que sepás pedirla….

Fui incapaz de intercambiar palabras con Samanta en todo el viaje a casa. Estaba agotado.
Cuando llegamos ella me dijo que se quería acostar y yo fui a pegarme una ducha para tratar de despejarme.
En el espejo del baño me miré las cicatrices. Después fui muy detallista con los brazos… Vi mis venas latir…
Sentí la boca pastosa…
Mi cuerpo sólo me pedía algo…
Pensé en Gabo y Bruja Violencia…
Pude superarlo.
Pensé en la Enfermera y sentí bronca.
-Yo no necesito ayuda… -susurré- Ya lo dejé, hija de puta engreida…
Y luego me masturbé pensando en ella, a pesar de que no me había parecido sexy en absoluto. Incluso tenía las tetas caídas…

4

A mamá y papá decidimos no contarles sobre el asunto y no fue difícil esconderles la situación.
Cuando compré la pomada para Samanta mis ahorros (tristemente diezmados por el tema de los vicios) llegaron a su final. Mi hermana lo supo y una noche en la que estaba desvelado mirando una película pésima vino a verme con un billete de diez pesos en la mano.
-Tomá… Comprate la crema para curarte eso… -dijo señalándome la boca.
-No… No sé que le ven, yo no la veo tan… fea…
-Por favor…
-No, es tu plata, usala para…
-No es mi plata, se la robé a una compañera del cole…
-Samanta…
-No me digás que está mal robar…
Me hizo reír.
-Pero robar está…
-¿Te puedo preguntar algo? –dijo interrumpiéndome.
Me encogí de hombros y me puse a la defensiva.
-¿Te acordás de eso que pasaron en el noticiero del chico que murió quemado cerca de acá?
Aunque no lo crean no me puse nervioso.
-Si…
-Ese chico habrá sentido mucho dolor, ¿no?
-Calculo que sí…
-Pero mucho… Muchísimo, ¿no?
-No entiendo a que viene la pregunta…
-Es que no me lo puedo imaginar… ¿Cómo alguien puede soportar tanto dolor? Las quemaduras duelen mucho…
Samanta se miró la pierna y se pasó, con suavidad, la mano sobre la herida.
-No sé…
En ese instante Ramón salió de debajo de la mesa, cauteloso, y Samanta lo miró con exagerada indignación.
-Me voy a dormir… -exclamó, dándole la espalda.
Los diez pesos, lo noté mucho después, cuando salí de la telaraña de mis pensamientos, habían quedado sobre la mesa

La paranoia siempre estuvo conmigo: era una posibilidad latente que los skin me atacaran… Sabía que podía pasar en cualquier momento, pero nunca me oculté… Además Gabo había sido mi instructor y yo sabía tener los ojos abiertos cuando iba por la calle…
Sin embargo, cuando pasó, cuando me atacaron, no lo vi venir.
El día de la venganza yo había salido con Ramón rumbo a la farmacia, con la plata que mi hermana me había dado. Estaba a pocos días de retomar mis estudios.
El error lo cometí al ir distraído, leyendo un folleto de la Iglesia en el que había números para que se comunicaran las personas que sufrían maltrato en el hogar. Cuando levanté la vista tenía frente a mi a tres skin. Los mismos tres que me habían dado mi primer paliza.
Para esa época yo pensaba que mis días de punk habían terminado.
Aún faltaba para el final.
Aprendí que un final no es final si no hay un sacrificio. Eso es lo que Bruja Violencia me enseñó.

Me alcanzaron en la plaza, por culpa de mi tobillo malo. Recién en ese momento pude ver que uno de ellos traía una cadena con un perro. Un perro negro, esos de raza, que se usan para cazar. Pensé, en un fragmento de segundo eterno que lo iban a soltar para que me comiera… literalmente hablando.
Pero eso no pasó. Cuando caí Ramón se puso a ladrar desquiciado, defendiéndome.
No me golpearon, no me llenaron de piñas hasta bajarme los dientes… No me prendieron fuego a pesar de que eso hubiera sido más que justo… No me destrozaron…
Dos de ellos se limitaron a sujetarme cuando lograron hacer retroceder a Ramón que estaba fuera de sí.
Luego me obligaron a verlo pelear con esa bestia de pelaje oscuro. Grité, pataleé… Pero ellos sostenían con fuerza, implacables, al tiempo que me escupían el rostro y me insultaban.
Tuve que ver como mi perro sufría la paliza que a mi me correspondía.
La cosa no duró mucho. Ellos se rieron, la carne fue desgarrada, la sangre bañó el césped… Pude ver instantes de todo aquello en cámara lenta… Los dientes, los destellos del sol en la saliva, el hocico replegado, los pelos del lomo erizados, la rigidez de la postura…
Por suerte los vecinos salieron rápido. El dueño del perro negro tuvo que pegarle fuerte a su mascota para que soltara a Ramón. El animal, en un acto reflejo, le tiró un mordiscón y lo alcanzó en el brazo. El facho de mierda gritó y se llevó el miembro herido contra el pecho. Los que me sostenían me golpearon en el rostro para desorientarme y me abrieron la herida del labio.
-Ésto recién empieza… -susurró uno.
Luego se marcharon, veloces, entre insultos.
Me levanté con urgencia. Los curiosos se juntaron para ver qué pasaba.
Ramón estaba destrozado.

[continuará...]

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