Bruja Violencia [V]

20 jun 2010

Bruja Violencia,
punk rock bizarro

[Acordes desafinados para la Inquisición]
-Parte V-




ESTRIBILLO: “GARRAS DE GATO”


Creo que estoy tocando fondo,
De mis actos no respondo,
Se desdibuja mi sonrisa
La angustia hoy me marchita.
Flema, “Ahogado en alcohol”

1

Pude llevar a mi perro a casa gracias a la ayuda de Charly. No me dirigió la palabra pero fue muy solidario. Todos se espantaron cuando vieron el aspecto de Ramón, pero él no dudó en darme una mano.
Me ayudó a entrarlo y luego se fue. No le dije gracias porque tenía un nudo en la garganta. Ver a mi mascota en ese estado me dolía demasiado… Recordarlo me duele demasiado…
Cuando papá apareció con el arma y me dijo, con un asqueroso tono cordial, que lo mejor era matarlo para que no sufriera estallé.
Grité mucho. Tanto grité que mi madre me miró, por primera vez en años, con consciencia real en sus pupilas. Mi hermana se tapó la boca, luego los oídos, luego los ojos… Noté que quiso ayudar… Noté sus dolorosas ansias de darme una mano… Pero se quebró… La entiendo… Y me pone mal haberla mirado en esa ocasión… Porque seguro fui débil al mirarla, seguro le exigí, con esa mirada, lo que ella no podía darme…
Es hora de que lo diga…
Soy un hermano mayor detestable…
Samanta siempre se llevó lo peor… Y para ese entonces ya había hecho demasiado por mí.
Le levanté la mano a mi viejo.
Tuvo un ataque de ira, rompió vasos, platos, un florero y arqueó una puerta de chapa.
-¡Nadie va a matar a Ramón! –le dije sin intimidarme. Me puse a la altura y también rompí adornos, arrojé un cenicero y pateé una mesa ratona.
Mi padre se enfrentó esa tarde al hombre que había formado. No estaba orgulloso de lo que había logrado, ni yo de lo que era.
Nos empujamos, a sabiendas, cada uno, de que el otro no cedería.
No sé en que hubieran terminado las cosas si en ese momento Ramón no hubiera empezado con las convulsiones.
Corrí hacia él y lo abracé. Mi sangre se mezcló con la suya. En silencio le pedí perdón. Una y mil veces.

Cuando oscureció cargué a Ramón en la carretilla de mi viejo, luego de haberla llenado de mantas, y con una mochila rotosa me fui de casa. Me despedí de Samanta en silencio.
Llevaba mi remera de Flema puesta.

2

No creo que sea difícil de adivinar: los días que no estuve en mi hogar viví en la plaza.
La primer noche todos me hicieron compañía, supongo que alguno se entero e hicieron una cadena de llamados. Incluso vino Lucía, sin su novio.
Nos sentamos en círculo alrededor de la carretilla y casi no intercambiamos palabra. Charly se nos arrimó una sola vez. Nos trajo una cerveza y luego volvió a su sitio, unos cuantos metros alejado de nosotros, en un precario refugio de cartones. No sé de donde sacó la plata para comprar la bebida, pero estaba fría y fue una bendición. Esa noche compramos muchas cervezas más.
A las cinco y pico de las mañana todos dormían, incluso Ramón, con su respiración dificultosa. Yo me levanté y fui a echar una meada por ahí. Cuando terminé de hacerlo me giré y me topé con Lucía. Su rostro brillaba de modo peculiar por la luz del cercano amanecer.
-¿Por qué no lo llevas al veterinario? –me preguntó.
Si hubiese sido otro el que me lo hubiera preguntado creo que mi respuesta habría sido mucho menos cordial.
-Lo van a querer matar… como mi viejo… Está hecho mierda… Y ellos son carniceros…
Ella asintió y luego se me acercó un paso.
-Mi abuela tenía un gatito… Cuando lo piso un auto y estaba casi muerto lo llevó a una veterinaria… El gato no se salvó, pero mi abuela dice que en ese lugar le aliviaron el dolor…
-Nadie va a matar a…
Otro paso y me agarró de ambos brazos.
-Te entiendo… Ese perro es… genial… No se merece morir de un tiro en la cabeza… Pero tampoco agonizar de este modo… Hay otras formas…
Abrí la boca para decir algo pero ella me ahogó apretándome en un fuerte abrazo.
Después me soltó y se fue.
Me quedé ahí parado largo rato, mirando como se alejaba.
No la volví a ver hasta que fue demasiado tarde.

3

Decidí hacer un viaje con Ramón… Decidí que Lucía estaba en lo cierto cuando el perro tuvo su segundo ataque de convulsiones… A pesar de que muchos quisieron acompañarme (Gabo por sobre todo), decidí ir solo.
Eran veinte cuadras. Sabía que cargando la carretilla esas veinte cuadras serían el equivalente a muchas más. Pero eso era lo que buscaba. Tenía que despedirme de mi mejor amigo y las despedidas siempre deben ser largas. Si no lo son sólo son mentiras.

El viaje es algo que me guardo para mí. Puedo hablarles de los bocinazos, de la transpiración, de los brazos cansados, de Ramón aullando… Puedo hablarles de todo eso y los aburriría.
Lo importante, lo realmente importante, fue la procesión interna. Y eso sólo yo lo entendería.

Cuando llegué al 369 de la Avenida Blight me encontré con una casa no muy llamativa, con césped delantero, rejas bajas, flores no muy variadas. Una casa de puerta grande y despintada, ventanas simétricas a cada lado de la entrada.
Me sequé la transpiración y revisé el papel para cerciorarme de la dirección. Estaba pensando en cuál sería mi próximo paso cuando la puerta se abrió y se asomó la Enfermera.
-¿Qué tenés en la carretilla?
-Un perro… -me salió de modo automático, casi no me reconocí.
-Pasá… -otra vez, como en el hospital, sin sorpresa.
Y dicho eso volvió a entrar.
Sin pararme a analizarlo abrí la reja, volví a levantar la carretilla y me metí en la casa.

El lugar, por dentro, estaba poco iluminado y deprimía bastante: los muebles tenían colores opacos y eran viejos… Había muchas fotos en las paredes… En un rincón había un piano, cubierto de polvo.
Mirándome fijo y de modo extraño la Enfermera me preguntó sobre Ramón. Le dije la verdad y le esquivé la vista. Otra vez encontré ayuda en su colgante feo.
-Ayudame a subirlo a la mesa… -me dijo después de inspeccionar un rato al animal.
Obedecí.
-Se va a morir… Ya sé… Pero quisiera que…
Me indicó con un gesto que me callara.
-Estás enojado… -lo dijo a modo de reproche- Él no puede estar en paz si estás así… Andate y dejalo acá… Voy a sacarle el sufrimiento…
Hice una pregunta estúpida:
-¿Cómo?
-Con esto… -me mostró lo que tenía en una de sus manos- Inyecciones…
Otra vez las ganas, el deseo…
Me miró los brazos.
-Veo que estás mejor…
-¿Cuándo vuelvo?
-En siete días…
Fui al grano:
-¿Voy a venir a llevarme su cadáver?
Se encogió de hombros.
-No estaría mal que te despidieras, por si acaso…
-No hace falta… Nos despedimos en el camino…
Le acaricié el hocico.
-No quiero que…
-No te preocupés…
Esa casa no podía inspirar confianza en nadie… Pero la mujer me puso una mano en el hombro y cuando menos me lo esperaba me besó el cachete.
Su perfume era dulce y agradable…
-Voy a hacer lo mejor…
En ese instante Ramón abrió los ojos. La mujer se inclinó sobre él. Le hablo en voz muy baja, como había hecho con Samanta y le sonrió.
Con un esfuerzo enorme él movió la cola.
Tragué saliva con dificultad y me dirigí a la puerta.
-Que no sufra… por favor…
Y me fui.
Me fui porque ella tenía razón. Yo estaba enojado… y mucho.
Tenía que sacarme eso de adentro.

4

Lo que vino luego me va a costar mucho contarlo porque son recuerdos que permanecen cubiertos por una espesa niebla… Algunos fragmentos me traen dudas y no puedo asegurar que hayan sido reales o creados por mi imaginación excitada… Son recuerdos afiebrados, recuerdos o muy opacos o casi enceguecedores, recuerdos palpitantes, recuerdos muertos, recuerdos con nauseas, taquicardia… Recuerdos con escalofríos, recuerdos oníricos, burlones, escurridizos…

Pretendía quedarme en la plaza. No iba a salir a buscar a los hijos de puta del perro negro. Iba a quedarme hasta que ellos volvieran… Porque sabía que tarde o temprano iban a volver y no sólo por la amenaza (“Esto recién empieza…”). Pretendía incentivarlos para que lo hicieran… Quería que las cosas fueran así porque si llevaban a cabo dos ataques consecutivos entonces la balanza estaría otra vez equilibrada… Era una ecuación simple y tonta pero tenía en mi cabeza una importancia fundamental.
Gabo me ofreció ir a vivir a su casa. Le dije que no. No me insistió pero tomó una decisión: iba a vivir conmigo al aire libre… Le dije que no hiciera idioteces… Me dijo que para eso ya era tarde.
Se trajo una muda de ropa, unas cuantas pilas, su walkman viejo, la guitarra y comenzamos la convivencia.
La semana que vivimos en la calle fue una semana larga y extraña.
Consumimos como nunca.

Lo hice todo muy a consciencia. Muy a consciencia dejé atrás los carteles luminosos que me sugerían detenerme… Dejé la claridad del pensamiento cotidiano para entrar en la oscuridad del inconsciente liberado.
Comúnmente todo se deformaba, el paisaje se hacía más grotesco, adquiría más peso, como si se tratara de un ente en si mismo… Luego dejaba que la sensación se apagara y volvía a la visión normal de las cosas…
Aquella semana fue diferente… Cuando mi percepción se revolucionó no di marchar atrás…
Dejé de vivir en el barrio que conocía. Viví en un barrio distinto, un barrio al que llamé Venganza.
Allí, todos los seres, incluidos los seres inanimados, tenían un único tema de conversación. Allí todos me aseguraban que todo, todo se paga… Pero que a veces uno puede ignorar la enseñanza y redoblar la apuesta…
Entonces el precio a pagar sube… Pero eso me tenía sin cuidado.

Empecé con los temblores y las pesadillas la tercer noche.
Una madrugada abrí los ojos y con imágenes confusas aún colgando de mis párpados lloré. Lloré por impotencia y desesperación, porque el sueño había sido horrible…
Gabo se despertó por el ruido y se sentó a mi lado, sin preguntar nada.
Luego me puso uno de sus auriculares en la oreja y subió el volumen de la música.
Era un buen amigo. Los temblores le llegaron un día después que a mi.
Luego, también empezó a soñar con la Bruja… Pero él, a diferencia de lo que yo hice, no rompió en lágrimas. El vio todo como una Revelación… Todo era un mensaje encubierto, según su teoría, para que rearmara la banda… La bendita banda…
-¿De que otra cosa se puede tratar? –preguntó, sonriente, jugueteando con los fósforos.
No le contesté por temor a exteriorizar mis ideas.

Pero no nos adelantemos, voy a tratar de ir en orden.

5

La noche del día en que dejé a Ramón en la casa de la Enfermera comenzó la guerra fría. Vi a Charly dibujando y tuve una idea… Compré hojas lisas y, con fibras, readaptando un canto punk popular, escribí en todas ellas: “En el bar “El Coloso”, un fachito se murió… Porque no se mueren todos la puta que los parió...”
Con mis compañeros pegamos esos afiches en paradas de colectivos, palos de luz, los dejamos en autos, negocios… Nos aseguramos, por sobre todo, que llegaran a los bares donde los skin paraban...
La respuesta no se hizo esperar. Ellos contaban con más poder adquisitivo y pudieron hacer afiches a color: “Los punks ladran pero no muerden… Corran putos…” y debajo una foto del perro negro que había destruido a Ramón.
Otra vez nosotros: “Facho muerto, punk contento… ¡Nuestros amigos están que arden!”
Ellos: “No llorés punk… Todos los perros van al cielo… Dios espera al tuyo…” Y debajo, otra vez, la foto del perro negro, con una barba dibujada.
Luego de eso cambiamos fibras por aerosoles y fuimos de noche a una esquina donde sabíamos que se juntaban. Escribimos, muy en grande, algo así como: “Cuidado, esquina fogosa…”. Al otro día apareció escrito en la calle que bordeaba la plaza (calculo que lo habrán hecho mientras Gabo y yo dormíamos) lo siguiente: “Si tienen garrapatas no se rasquen… Nosotros se las matamos a golpes…”
Dibujamos en un muro a un punk meando a un facho envuelto en llamas. Abajo: “Los punks somos buenos amigos de nuestros enemigos…”
Cerca de la plaza ellos dibujaron un perro garchando con otro… Al perro de abajo le pusieron una A de anarquía y al de arriba una esvástica nazi… (esa fue una de las pintadas que menos me llegó… Sin embargo enloqueció a Gabo).
Nosotros pintamos por varios lados la frase que se volvió hit: “Facho, ¿tenés fuego?”

Todo pasó en menos de una semana. Fueron provocaciones mal intencionadas… Eran mucho más que bromas crueles…
Y mientras el odio crecía crecía también mi enfermedad y la de Gabo… No fui el único que duplicó su dosis diaria de estupefacientes para combatir el dolor…
La tos, la fiebre, las molestias en todo el cuerpo… Todo se nos fue contagiando… El malestar, el enojo constante… De pronto, una tarde, nos estábamos peleando entre nosotros… La cabeza se me partía, los sentidos demasiado sensibles… Vi zombies, éramos zombies, cuencas vacías, nervios, muchos nervios, sed, impaciencia…
Puedo agregar que por cada jeringa que acercaba a mis brazos escuchaba la risa de mi hermana, de fondo.
(“-Veo que estás mejor…”)
El sentimiento de traición (de que era un traidor de mierda) no se me fue en ningún momento.
Dejé de leerle historias a Samanta por las noches… Pero la noche empezó a leérmelas a mí. Estaban escritas en la tierra…
En la plaza.

6

Los otros del grupo nos decían que estábamos mal, que algo nos pasaba, que una gripe… Gabo dejó muy en claro que siempre había sido el líder, por mucho que hacía discursos contra los líderes: les gritó que no rompieran las bolas, que había que actuar, que no se fijaran en pelotudeces… Y obedecieron, no porque le tuvieran miedo, sino porque lo querían… Pero supongo que así pasa también con algunos dictadores…
Gabo se me pegó mucho y en ningún momento intentó detenerme… Sé que tuvo las mejores intenciones, sé que lo hizo porque era su forma de ayudar.
Él había entrado en un espiral desquiciado y enfermizo antes que yo.
Así que también fue mi guía en eso.

Demacrados, leprosos… Lenguas de serpiente, para mi todos teníamos lenguas de serpientes, estábamos mutando… Sentía ganas, todo el tiempo, de que me dejaran solo, el sol me dolía, la noche era demasiado densa, quería soledad, soledad y nada más que soledad… pero aún estábamos unidos… la bronca, un hilo, débil, fuerte, atándonos y empujándonos ciegos para el mismo lugar…
La bronca y el punk, claro.
Brindábamos una vez por noche, siempre por Ramón.
Fue todo muy rápido… Y sin embargo parecieron meses… Los estragos en nosotros, en Gabo y en mi, hacían pensar que habíamos sido expuestos a semanas y semanas de mal trato… Pero bastaron pocos días…
Era intenso, nos devoraba.
Descargaba un poco la tensión pegándole a un árbol. Me sangraban los nudillos a menudo… Sangré negra era lo que veía… Sangre que debía sacar de mi cuerpo, sangre infectada… Y volvía a pegarle al tronco. Gabo tomó la costumbre de cortarse los brazos con ramas… Luego jugaba con fósforos, se quemaba las heridas y por último agarraba su guitarra desafinada y se ponía a tocar, en trance…
A ver si lo captan: sin exagerar, habíamos enloquecido…
Y Charly caminaba entre nosotros, serio, dibujando, pensativo, como un doctor en un manicomio, sin saber que medida tomar.

7

Mi viejo vino a la plaza a buscarme una tarde. Me habló sin mirarme, sin levantar la voz. Le respondí que no volvería.
Suspiró y me di cuenta de que estaba muy avejentado.
No discutimos. Negó con la cabeza y se quedó un rato parado, con las manos en los bolsillos, a unos metros de mí.
Vi su vida. Lo vi trabajando, lo vi soportando a mamá borracha, lo imaginé de noche, durmiendo en un pequeño espacio de la cama, solo, quizás llorando…
Quise armarme una imagen mental de él de joven… No pude, su calva era más fuerte.
Le di un trago a la botella de cerveza que tenía conmigo y, como siempre que tomaba algo que tuviera aunque sea un mínimo de alcohol, la cicatriz del labio me ardió.
-Sos un puto pá…
Él se dio media vuelta y con bastante indiferencia dijo:
-No vuelvas… Te voy a matar… -y agregó, como si me hubiera leído la mente- Por más que creas lo contrario tengo algo que vos nunca vas a tener: huevos…
No le retruqué.
Se fue.

Más tarde, ese día, pensé en Samanta. Pensé en lo que mi viejo podría decirle de mi y me puse muy nervioso…
Pensé con una estupidez suprema: “¿Por qué no vino ella a buscarme?”
Desterré la pregunta, sintiéndome un imbécil. Ella, con su temprana madurez, me había demostrado que me necesitaba y yo la había dejado sola dentro de esas asfixiantes cuatro paredes…

8

-¿Qué está pasando?
-No sé…
-Hay que matarlos…
-Si…
-Hacerlos pelota…
-Sí… Bruja Violencia va a tocar en vivo y va a correr sangre, ¿te dije?
-Sí…
-…
-Hay un tipo con sombrero alto dando vueltas por la plaza…
-Sí, lo vi en mis sueños…
-Está esperando algo…
-Que quemen a la Bruja…
-Pero no murió en el fuego…
-¿No?
-No…
No sé si esa conversación existió.

… y la plaza que no es la plaza con árboles sin hojas pero con arañas y sogas que cuelgan y niños de cabeza con hilos púrpuras que recorren sus cuerpos y caen al césped que no tiene vida y cruje cruje cruje con las pisadas de los sabuesos de dientes afilados y los hombres de sombrero alto y de pupilas vacías y todos corren porque es insoportable escuchar esas carcajadas (vienen de todos lados, no veo un rostro pero sé que los ojos son la ira y el pelo es azabache) y “hay que callarla” gritan “callarla de una vez” y está muy oscuro y unas mujeres lloran y alguien les dice que “el asunto no les incumbe” y una de las mujeres es mamá pero no es mamá y yo le digo que me lea un cuento pero no me escucha y corre y yo la sigo unos pasos mientras los pájaros de color negro se aglomeran en el cielo que es de un violeta muy oscuro y me acuerdo que samanta estaba conmigo y salgo a buscarla y los pies me pesan porque tengo unos grilletes atados y algo apretándome el cuello y algo como esposas en las manos y me caigo y no puedo gritar más y las arañas se me acercan y gabo que no es gabo aparece muy transpirado y me dice que “no puede ayudarte” y llora y mira con los ojos muy abiertos para un costado y ahí vienen los hombres y gabo saca su guitarra que no es una guitarra sino que es una antorcha y entre los que se acercan está uno de los fachos pero que no es uno de los fachos y no me acuerdo si yo buscaba a samantha o a lucia y la voz que me dice que “tenés que pedir ayuda” pero yo no necesito eso porque no tengo jeringas en los brazos porque tengo serpientes que me pican, fuerte, veneno… “¿no eran arañas mamá?” y adelante está papá que no es papá y es más alto que todos los hombres y está desnudo y tiene una erección y grita: “la callamos, la callamos para siempre, sus ruidos no nos van a molestar nunca más” y todos aplauden y se desnudan como él y las carcajadas ya no suenan y a mi me duele todo y cierro fuerte los ojos del miedo y cuando los abro estoy otra vez de pie y los chicos muertos están a mi lado y escucho que a lo lejos papá y los demás cantan y llega un resplandor raro y me miro el cuerpo todo lastimado y me siento contento por no tener los grilletes y las esposas, pero me giro y veo que ramón esta tirado a mis pies y el grillete, las esposas las tiene él y esta sangrando y gabo aparece adelante y dice “yo no puedo ayudarte, de verdad, no sé dónde está lucia” (pero yo pienso en samanta) y corre, desesperado, y los nenes muertos hacen una ronda alrededor de mi perro y quiero echarlos pero no tengo fuerzas y todo es horrible y los hombres siguen cantando; la voz de papá sobresale y me preocupa más que las carcajadas y les grito “nadie va a matar a ramón”, intento espantarlos pero me ignoran y entonces aparece charly y los amenaza con su lapicera y los golpea y a él no le importa que sean sólo nenes chicos y los echa y se arrodilla donde está ramón y le deja su lapicera que ahora es una flor…
… Charly sí es Charly…

9

La guerra fría encontró su fin al sexto día.
El gordo dueño de la sala donde antes solíamos ensayar apareció en la plaza muy enojado. Los skin se habían colado en su garage por la noche, le habían destrozado todo y le habían robado una guitarra.
-Ese hijo de puta resentido… -soltó Gabo y supe al instante de lo que hablaba.
-Pintaron esvásticas, me mearon los equipos y dejaron una nota para ustedes… escribieron con aerosol: “BRUJA VIOLENCIA, el viernes, a las 7, en la plaza…”
A mi me dio un ataque de risa, supongo que por los nervios…
-Se van a tener que venir preparados porque…
-¡Me importa un carajo sus peleas de pendejos! –estalló el gordo- ¡Me importa un carajo lo que hagan ustedes! ¡Pero por su culpa ahora me quedé sin nada!
Se aproximó y, como yo era el que estaba más cerca, me agarró del cuello.
Gabo reaccionó al instante y le pegó una piña en la nuca. El gordo se giró con los ojos desorbitados.
-¡¿Qué hacés la concha de tu madre?! –gritó.
-Soltalo… Si querés bardo, vení conmigo…
Gabo adoptó su pose de pelea.
El gordo lo miró un rato y luego me miró a mí. Me soltó.
-Son unos pelotudos…
-Nosotros vamos a encargarnos de esos hijos de puta… -le dije.
El gordo levantó los brazos, indignado.
-¡¿Y a mi qué me importa?! ¡Mis cosas no las van a recuperar!
-Andate…
-¿Qué carajo te pensás…?
-Andate… -Gabo se le acercó un paso.
El gordo lo miró. Verlos cerca remarcaba la diferencia física que había entre ambos.
-Me dan lástima… Están enfermos…
Y miren quién lo decía… Así de bajo habíamos caído.
El gordo se fue, furioso.
-¿Qué día es hoy? –pregunté mientras lo veía alejarse.
Gabo sacó un porro de su bolsillo y lo encendió.
-Jueves… Hoy es jueves…
Me dejé caer en el pasto, conforme.
-Por fin… -dije.
Me sentí muy agradecido. Todo salía como yo quería.

Esa noche hubo mucha música en la plaza. Todos parecían nerviosos excepto Gabo y yo que estábamos muy relajados. Nos reímos bastante, hicimos chistes tontos, cosas tontas.
Charly notó nuestra felicidad y estuvo alegre toda la noche.
El punk sonó hasta que el alba despuntó.
Luego Gabo y yo nos acostamos en el piso (no hay nada malo de dormir en el piso siempre y cuando no tengas lucidez para notarlo) y el resto de los chicos se fue.
-Nos vemos a las seis… -fue el saludo general.
Sabíamos que algunos ya no regresarían.
Podríamos haber salido a buscar refuerzos… Gabo tenía contactos por varios sitios… Pero esa no era la idea.
Nuestras ansias de revancha eran mucho más… puras. Si una revancha no se lleva a cabo por mano propia entonces pierde fuerza y se vuelve una estrategia dentro de un juego más perverso.
No creo que lo comprendan, pero lo nuestro era (volvía a ser, buscaba volver a ser) inocente.

[Continuará...]

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