Era una pavada

11 feb 2011

LOS DOS
o NINGUNO


A los doce, por pura curiosidad (que si es pura es morbo) jugaron al juego de la copa. Mantuvieron los dedos sobre el cristal por más de cinco minutos, que es una eternidad si tenes doce y sos un chico hiperactivo con "hormigas en el culo", como diría mamá. 
La copa no se movió, las velas no se apagaron y no se sintieron golpes en la casa, que estaba vacía: las padres de él habían salido de emergencia (en realidad buscaban salvar su matrimonio, rememorando las épocas de garchar en telos)  y lo habían dejado con la condición de que no dejara entrar a nadie. Ella había dicho (aunque a nadie le interesaba mucho) que estaba de una amiga.
Por tanto, ambos habían mentido y eso, que es la esencia de ser niño, también los hacía sentir adultos. Era satisfactorio y nauseabundo por partes iguales. 
-Bueno, ¿viste? -le dijo ella, con una sonrisa amplía, relajada-. Era todo una pavada.
Él se quedó mirando la copa, confundido: no sabía si decepcionarse o ponerse a festejar con esa parte de si mismo que se había dejado sobornar por el miedo. 
Suspiró y, cuando iba a dar por cerrado el asunto, le llegó la epifanía: hasta ese momento (un momento clave) no había escuchado su voz interna con tanta claridad.
"Si esa copa no se mueve, ella y yo vamos a aburrirnos toda la vida...".
La miró. Eran amigos hacía tiempo, pero nunca había reparado en sus ojos exageradamente expectantes. Como no tenía la edad suficiente (o sí, pero era lento) no se le ocurrió imaginársela desnuda, que hubiera sido lo más acertado. 
Sin pensarlo demasiado (nada), siguió un impulso y ejerció una presión mínima pero concisa sobe el cristal.
La mentira se tejió sola. 
Las letras fueron palabras, las palabras, mensajes muy claros. 
Esa noche fue tan especial que para no olvidarla terminaron de novios. 

Setenta y dos años después él agonizaba, víctima de una enfermedad incurable.
Esbozó una sonrisa, a pesar del dolor, cuando, al girarse, comprobó que los ojos gastados de ella (uno con una catarata pálida) seguían siendo expectantes.
-Lo de aquella vez... Hice trampa... -logró suspirar.
No tuvo que agregar nada más para hacerse entender. 
-Ya sé... -le contesto ella, acariciándolo, con dedos largos y temblororos, culpa de su propia enfermedad-. Yo también hice trampa... No quería que te desilusionarás.
Él tosió, llevándose una mano al pecho. Cuando se pudo controlar seguía riendo.
-Siempre lo sospeché... Yo no escribí eso... -se interrumpió para dejar que la nostalgia lo mordiera un poco más-. Gracias.
-Hice trampa, pero no escribí el mensaje -le respondió ella, con dulzura.
Él pareció confundido. 
-Pero... Eran tus faltas de ortografía...
-Sí, pero eran tus expresiones.
Otra vez mentían, aunque ya no sabían cuál era la verdad. Se miraron por última vez.
El segundo final fue muy intenso para él. La paz había llegado y, con ella, la infancia.
-El juego de la copa es una pavada. 
Lo dijo alguno. O los dos. O ninguno.

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