Un Lugar Maravilloso

8 mar 2011

PARTÍCULAS


-El símbolo del Infinito es como un reloj de arena acostado… Así que el Infinito es cuando el tiempo no va ni para un lado ni para el otro… Ya sé que es una obviedad… pero… ¿pero lo notaste? ¿Lo pensaste alguna vez?
Era de madrugada, el cielo estaba nublado.
Yo estaba sentado en el patio, pensando en el mejor libro que había leído. Uno con el que me había topado a los doce. Lo había leído acostado en mi habitación, mientras la fiebre me sacaba pensamientos humeantes, ardientes, pegajosos. Imágenes visuales que se derretían, que se impregnaban en la retina de los recuerdos de “para siempre”.
Una semana sin ir a la escuela, una semana encerrado, de pronto desprovisto de todo, lejano, preguntándome si podría extender aquello y morirme sin necesidad de salir a la calle, de negociar mi vida, de pagar un hospital, de perder la memoria, de conseguir una casa, a la que seguro le fallaría la luz. Preguntándome si podía evitar las inevitables noches en habitaciones oscuras, sin historias, sin mi infancia.
Y me lo pregunté todo sabiendo que la respuesta era no. Un “no” determinante, sin dudas. La soledad es el último vestigio de Libertad. Creo que alguien ya lo mencionó alguna vez, pero no recuerdo.
-Sí… También es una obviedad que si ponés cara de trola cuando te sacan fotos vas a ser considerada más linda y todos te van a aceptar como sos y vos vas a vivir más feliz y te vas a respetar más y vas a decir que ojalá el Mundo esté preparado, porque ahí vas, con toda tu presencia deslumbrante…
-¿Vas a empezar con eso?
Sofía se solía poner pesada y siempre en los momentos más inoportunos, que, a decir verdad, iban en aumento: cada vez con más regularidad cualquier momento era el momento menos oportuno para que abriera la boca. Siempre tan fascinada por alguna idiotez.
-Yo no empiezo, empezás vos… ¿Lo pensaste alguna vez?
Remarqué la ultima línea, para resultar cruel, para que entendiera que era ridículo todo lo que hablaba, para demostrarle que sus preguntas ya no eran atractivas, que ese papel ya no le quedaba, que había dejado de ser un fuente de inspiración, que era un espejo gastado. Una figura en la niebla, en una calle desconocida, en medio de un país aún más desconocido. Yo era un turista desilusionado, cansado, asustado, que extraña el hogar. Me sentí malo, aún más malo que el malo de mi libro favorito que era malo como ninguno.
-Una foto es para siempre… Y vos, con tu manía de no sacarte fotos, vas a quedarte solo… Lo sabés.
-Los libros también son para siempre.
-Nunca escribiste un libro.
-Pero hay libros que hablan de mi… Hay un libro que particularmente habla de mi.
-Eso no te hace especial.
De nuevo me destruyó, me dejó sangrando las palabras, las posibles puteadas. Me acarició el viento de la noche, sin piedad, sin compasión. La noche disfruta besando a los perdedores, y yo estaba ahí, el amante entregado. Perfecto, siempre perfecto.
Las nubes se cernieron sobre nosotros, con más énfasis, curiosas, amontonándose.
-Y vos no sos el Infinito… -logré soltar, agobiado, muerto de rabia, de tristeza, de cualquier cosa-. No sos el Infinito por muchas fotos que te saques, por mucho que guiñes un ojo y te lleves el índice a la boca.
Otra vez ella volvió a estar de un lado y yo del otro. Éramos el equilibrio absoluto, pero en el medio no había nada eterno: había un vacío con ruido, con distorsión, donde no brillaban los flashes, donde nadie, nunca, había escrito un libro.
Un lugar maravilloso, donde nadie era especial.
Llovió arena.

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