Había una vez...

27 abr 2011

CUIDATE VOS

(SOBRE CONTRATOS Y DESENLACES FUNESTOS)



Llegan las últimas horas y en el buzón se acumulan epílogos mal escritos, casi todos tristes, sin ganas, porque hay que acostarse y descansar, porque mañana es un día nuevo para volverse a matar. Y los personajes no se entrelazan y no tienen vuelta de tuerca, porque mejor no perder tiempo en conversaciones improvisadas, mejor no descubrir que lo que siempre buscaste lo tenía otro, mejor no enterarse de nada y tratar de poner unos puntos suspensivos al final de ese párrafo que habla de las madrugadas. 
Claro, porque ya no tenés madrugadas, porque está bien no jugar a las cartas con la noche, está bien no endeudarte, no hipotecar tu casa, no ofrecer a tu novia como premio consuelo. Está bien no meter la pata. Además la noche hace trampa.
¿Quién querría apostar con la noche?
Y el buzón explota de tantas huevadas, de tantos "FIN" que no cuentan un fin, que se quedan suspendidos, esperando a que alguien les enganche otra palabra, porque sólo hay una cadena y tu historia es un eslabón. No escribiste un best-seller, asumilo de una vez y nadie saldrá herido.
Capaz (y lo pensás mientras te tapas) habría que haber empezado por un buen prólogo. Si no pusiste "Había una vez...", ¿qué esperabas?
En serio, ¿qué carajo esperabas?
Te estirás y apagás la luz.
Las noches ya no existen.
Te volviste unidimensional.


***


Crisis vital y remolinos de vértigo: gira hacia adentro y se hace núcleo creador. Todo es rutina, esperar, morir. El muelle espera a los valientes. Vos seguís mirando el reloj, porque se te hace tarde, porque el bondi no llega, porque capaz que el bondi dejó de pasar hace años. Algunas criaturas se ríen en el mar y no entiendo lo que dicen, pero peor es saber que te entiendo tanto a vos. Así que nos separa ese charco mugroso. 
"Mirá... Cuidate".
Una mierda.
Cuidate vos.

***

Yo firmo un contrato y a vos te sacan la plata, te roban, porque puedo mostrarme lúcido, inteligente, a veces me suelo peinar... Pero te están robando. Es decir... No quiero justificar nada, pero en un punto te lo buscaste, y no pongas esa cara, porque sé que lo sabes. O deberías saberlo. 
Me dijiste que sí, pero era mentira, me querías un poco más allá, al costado, atrás del árbol en lo posible. Me querías agitando los brazos, estrechando manos, para negar con la cabeza, para escupir en mi foto.
"Qué cara de pelotudo".
Sí, pero lo de pelotudo no viene al caso. Si no recuerdo mal la foto la sacaste vos. Y estabas feliz. Muy feliz.
Yo no necesitaba esto, así que no me corras con moral de barrio, con el cuento de tener códigos, con la idiotez de las raíces y toda esa poronga que se te pega de tanto que te chamuyan. Abrí los ojos, cerrá la boca.
El contrato lo escribiste vos. Sí. 
La lapicera con la que estampo mi firma ensayada y patética es tuya. Sí.
Ahora yo soy un código de barras y a vos te roban.
Estamos ofendidos y enojados.
Cuando nos crucemos por la calle no nos vamos a saludar.
Y mañana, los tipos de las sonrisas grandes van a estar golpeando la puerta de tu casa. Van a decirte que ellos, a diferencia mía, sí confían en vos. Y van a leerte el mismo contrato verga que me leyeron a mi.
Y vas a firmar por venganza.
Todos firmamos por venganza, las lapiceras nunca van a faltar, las billeteras seguirán vacías. Más y más vacías.
Nos cabe, una y otra vez.

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