trance

15 may 2012


TODO EMPEZÓ EN UN COLCHÓN
cuando querías tocar el techo


Saltá,
y olvidate de lo que te espera un segundo después.
Saltá y cerrá los ojos, 
Sé fugaz, inmortal, veloz, desafiante:
tenés nada de tiempo,
y un mundo,
una galaxia, 
por descubrir.
Saltá,
con los pulmones llenos, el corazón estallando y, en lo posible, sin nada de ropa;
saltá con las fotos que creas necesarias, 
impulsado por las frases que no puedas sacarte de la cabeza,
no importa si son de tu escritor favorito,
de una minita que te dijo que no,
de tu mejor amigo la última vez que lo viste, 
de un extraterrestre, que te habla en sueños,
de tu amigo imaginario, cuando agonizaba,
con la sangre corriendo ,
elevándose, 
diciéndote cuán hermoso eras,
cuán traidor te vuelve la belleza;
quizás la voz de ese poeta,
que ni por joda pensó en vos,
la voz del héroe, 
estático en esa viñeta,
tan doloroso y vivo,
tan vivo,
impregnando la conciencia,
por siempre,
sin necesidad de tu mirada para ser,
sin necesidad de tu accionar para inspirarse,
único,
como el monumento que te escuchó llorar, te escuchó mentir,
te escuchó en los rituales,
en el amor,
y olvidó, 
para seguir reflejando algo
mucho más grande
o más pequeño,
siempre lejano, 
o muy cerca,
como una mordedura
con veneno.
Saltá, 
convencido,
escuchando la banda que salvó tu vida,
cuando las madrugadas eran el dios, 
cuando el dios no podía mantenerse despierto, 
para controlar tus pasos
y el próximo salto.
Saltá,
y acordate del primer bar que te vio borracho,
acordate de lo que viste
cuando viste diferente,
los iconogramas en el baño,
el fin del mundo anunciado,
en frases desesperadas,
pasionales,
sonrientes,
tuyas,
cuando destapaste el fibrón.
Saltá,
y acordate de la primera vez que un cine parpadeó para vos, dejándote a oscuras,
para darte la magia después,
como si se tratara de morir,
de un modo demasiado espiritual, 
¿cómo explicar?
Saltá,
y encontrá el vértigo, 
de aquella vez en una iglesia, pequeño,
con el piso que se deshacía, los techos altos,
las caras esperando,
como vampiros,
tu futura decepción,
recitando que no hay otro modo de ser feliz,
más que con la esperanza 
de 
la 
resignación.
Saltá,
y que te atropelle el tren en el que te desdoblaste,
volviendo a casa,
con resaca,
cuando todo lo enorme se vio reducido,
a otro rostro,
similar,
pero destrozado,
un espejo de feria,
con profecías vencidas:
“Hoy escuché la verdad”.
Saltá,
como si vieras las hojas de tu plaza favorita
cuando caen
pero al revés,
para encontrarte,
ahí, levitando,
sin notarlo,
con un cómic entre las manos.
Saltá,
como hubieras saltado, de haberte animado,
la vez que entendiste
que 
todo 
es 
perdida,
que era imposible saber todo de alguien,
que alguien existe, 
aunque pongas un fin.
Saltá,
y olvidate de los pies.
Apretá los ojos, 
para la sorpresa, 
para escapar del monstruo, 
del modo más infantil:
“Si no lo veo, no me ve”,
pero haciéndolo en serio.
Saltá, 
en el lugar,
las veces que sean necesarias:
hasta que el suelo se hunda, 
o llegues muy alto.
Saltá,
hasta que sólo te quede el viento,
acariciando,
susurrando, 
contando leyendas,
mitos,
todo lo bueno,
y lo malo.
Saltá,
hasta que el agua explote en tus pulmones
y veas
los paisajes
que ocultó el mar,
cuando la tierra era
la roca
con misterios,
que hoy buscás.
Saltá, 
hasta que sean los muertos tus alas,
y todo lo demás seas vos.
Saltá,
y que el aterrizaje sea la cordura,
sin colchón, 
para que sigas derecho
donde nada es, 
donde la nada es donde.
Saltá,
buscando la altura suficiente,
estrellarte,
estrellar,
ser la constelación sin nombre,
para un científico obsesionado,
un pibe enamorado,
un brujo que conspira,
un paranoico que apunta:
con ganas de matarte,
en la noche eterna,
que son las noches que no viste,
que no verás,
al menos que te animes,
a saltar.

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