místico y paranoide

25 jun 2012


HUMO DE BIBLIOTECA


Queda el disfraz de mortal,
tirado en una calle aún mojada por la lluvia de la noche anterior,
con los destellos pertinentes al amanecer,
que, por primera vez, parece sorprendido, 
como si hubiera mantenido los ojos cerrados, demasiado tiempo, 
(“-¿por qué cambiamos los dientes, nunca la mirada?”)
y todo comienza a continuar,
con la sospecha de que el segundo anterior fue la pausa,
sólo que la ausencia de continuidad se percibe en el futuro,
nunca en el presente,
que siempre se vuelca al pasado,
anulando la realidad,
por la ilusión,
creando chispas,
destellos,
fuegos artificiales;
una maquinaria perfecta,
silenciosa,
hecha con los fósiles de los juguetes que aún no se inventaron,
con las cenizas de las plazas que aún no se quemaron,
con el suspiro de amor de todas esas botellas que aún no destapamos,
(y todas dicen: “fue lo más especial…”,
repitiendo,
en espiral)

Así que queda mi disfraz de mortal, 
para que un perro de la calle lo robe, riendo como hacen los perros, 
se lo ponga en una noche de luna llena y cuente la historia de todo lo que será,
a una audiencia de perros fascinados,
y el mito se propague,
en aullidos de tempestad,
para que la ciudad tenga una nueva era para recordar:
el antes y el después del día
que los tímpanos estallaron,
creando el sonido, 
y todo lo demás.

Y ahí está,
mi disfraz de mortal,
porque tarde o temprano llega el segundo, 
en el que te tenés que volver a ver:
¿cuáles mentiras valen más?
¿en pos de qué verdad vas a enloquecer?
buscar,
fallecer,
renacer; 
decidir, también
cuál será el camino,
después del “había una vez”,

a sabiendas de que una porción de espectadores se irán de la sala,
puteando
o muy tristes;
a sabiendas de que hay una actriz a la que jamás vas a conocer,
una princesa por la que no vas a correr, 
un monstruo que jamás tocará tu corazón
¿cuántas bellas lágrimas vas a desterrar?

un guardia, un tótem sentado en la línea divisoria,
que de pronto es una ruta,
y el accidente,
ocurre, 
antes de que puedas
par/
padear.
¿qué rostro tenía la divinidad contra la que estrellaste el auto, 
(es un cine que se incendia,
una biblioteca de la que sale humo)?
¿es ese el rostro de tu mejor amigo,
el de la chica que se drogó con vos la primera vez que lo hiciste,
el del hombre tan lejano, ahora susurrante, y vulnerable, al que llamaste “papá”,
el del animal que viste morir, un día en el que el sol sonreía y el espíritu de todos deslumbraba,
feliz?
¿qué divinidad perforó tus pupilas,
se adentró en vos
y creó un universo para jugar,
cuando el otro dejó de ser sorpresivo, 
en un 
infinito
fractal?

Adios, 
disfraz de mortal,
tengo que viajar, 
en una dirección que no aprobarías,
y no soportaría tratarte mal,
tuvimos una buena relación mientras duró:
nunca voy a olvidar todos los miedos que me causaste,
hermosa,
querida,
amada
mortalidad.

Voy a extrañarte, 
disfraz de mortal,
por todas los instantes que me obligaste a recolectar, desesperado,
echando mano de todo color,
detalle,
eco
emoción…
voy a extrañarte pero tengo que cumplir un plan;

todos van a morir, conmigo, 
lo que me hará eternizar,
este sueño, a veces tan extraño,
tan simple
tan fácil,
-como respirar-
y vamos a esperar en la colina
(¿quién se acuerda de la ciudad?)
la llegada de la libertad,
o la de algún asesino serial,
místico 
y paranoide,
que haya encontrado,
un punto de fuga eficaz.

[Olvido
mi disfraz de mortal,
y me propongo subir el volumen,
acto seguido:
acelerar,
despegar,
quemar,
matar,
marchitar
.
.
.
dejar, 
finalmente,
el hogar]

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